domingo, 14 de julio de 2024

El chiringuito terminal

    Lo supe tan pronto como puse los pies, las chanclas, para ser más exacto, en aquel chiringuito.

    Entré discretamente. Nadie alzó la vista, nadie se fijó en mí. Yo, aprovechando la situación, sí que me fijé en ellos. El más joven tendría cien años. La mayoría guardaba silencio, aunque algún grupo, en tono quedo, comentaba con mal disimulado interés alguna noticia de actualidad. Las cañas de cerveza se vaciaban a buen ritmo, y al mismo ritmo se iban llenando. Algunos se entretenían analizando la composición de su plato combinado; otros, removiendo su mojito.

    Un grupo de adolescentes se presentó de repente. Se sentaron y pidieron unos cócteles. Eran más ruidosos que el resto de la clientela; no obstante, una vez servidos y dados los primeros tragos, también ellos se adaptaron a la apariencia general de seres centenarios.

    Me decidí, finalmente, y pedí una jarra de cerveza. Estaba fresca, casi helada. Le di dos sorbos seguidos. Me sentí, yo también, centenario.

    Supe entonces, definitivamente, lo que ya intuía. Que todos habíamos llegado a ese chiringuito a esperar el fin de los días. Miré por la ventana. Se veía el mar. Y la playa. En la orilla, inerte, e inerme, yacía una medusa enorme.