viernes, 27 de septiembre de 2024

La luz

     Ahora sí, me dijo. Después de años de oscuridad, de búsqueda infructuosa, después de una eternidad llamando a las puertas del cielo, había, por fin, visto la luz.

    Me lo dijo con los ojos húmedos por la emoción, con la voz tomada y una actitud próxima a la histeria que me pareció afectada y, en cualquier caso, infantil. Siempre pensé que la iluminación cambiaba a las personas elevándolas en el plano espiritual, lo que implicaba hacerlas más calmadas, observadoras de la realidad desde la distancia que proporcionaba su nueva condición. Por esa razón me sorprendió aquella alegría simplona y básica.

    Luego empezó a dar saltitos, a aplaudir y a dar volteretas. Lo dejé soltando gritos a diestro y siniestro, desgañitándose por la alegría que, supuestamente, le proporcionaba el ser un iluminado.

    Me alegré por él. O no, en realidad. Porque creí que no era la luz lo que lo había poseído, sino otra cosa, y yo no sabía cómo decírselo.