Todo dejó de funcionar un día cualquiera, sin previo aviso y sin motivo aparente.
Primero fueron los aparatos electrónicos, que no respondían a las órdenes. Eso provoco más de un quebradero de cabeza, y las primeras muestras de histerismo, hasta que lo que comenzó a fallar fue el suministro eléctrico. Ya sin electricidad, que los aparatos electrónicos no obedecieran los comandos era el menor de los problemas.
Luego empezaron a fallar los artefactos mecánicos, desde los grifos y las persianas, a las cremalleras o los relojes. Todo lo que fuera susceptible de averiarse, se averiaba.
El siguiente paso fue el fallo de los organismos vivos. Los árboles dejaron de florecer, los animales andaban desorientados. Finalmente, comenzamos a fallar nosotros, los seres humanos. Tendones, articulaciones, circulación, sentidos, la mente.
Cuando volvió a restablecerse el suministro eléctrico, no quedaba nadie que disfrutase de él.