lunes, 25 de enero de 2021

Devastación

      Al salir de la cueva, la luz del sol lo deslumbró. Tuvo que taparse los ojos con las manos y esperar unos segundos hasta que su vista se acostumbrase a la claridad del exterior. Solo entonces pudo, poco a poco, tomar conciencia de lo que el tiempo le había hecho al mundo.

     Ante él, donde recordaba caminos rodeados de vegetación que llevaban a grandes ciudades, se extendía un paraje yermo y semidesértico. Unos arbustos secos se agarraban a la vida aquí y allá, desperdigados. El polvo en suspensión daba a la postal que se observaba desde la boca de la cueva un tono amarillento, sepia, de fotografía vieja y olvidada. Al fondo, el perfil urbano había desaparecido.

     En seguida notó el silencio. Un silencio atronador, más escandaloso aún que el que había oído en el interior de la cueva durante años, porque no era un silencio de profundidad, era un silencio de muerte.

     De repente, un gorrión se plantó frente a él. Descendió, puso pie a tierra, dio un par de saltos y volvió a tomar el vuelo. Si había un gorrión era porque, en algún lugar, había comida, y agua. Pensó en salir a dar una vuelta exploratoria. Incluso dio un par de pasos al frente. Finalmente, los deshizo con decisión y regresó a su cueva.

     Lo que había visto no era muy alentador. Un gorrión no era suficiente. Aún no convenía, definitivamente, salir de la cueva.