lunes, 28 de junio de 2021

Amor de madre

    A Constantino VI la vida no le iba mal. Emperador bajo la regencia de su madre, Irene, estaba ya cerca de cumplir la mayoría de edad. Irene, ferviente iconódula, buscaba para él un matrimonio con Rotruda, la hija de Carlomagno, lo que ligaría los destinos de los dos Imperios que se disputaban la sucesión del extinto y añorado Imperio Romano.

    Pero las cosas empezaron a torcerse. Lo de Rotruda no pudo ser. Constantino se casó finalmente con María. Irene, además, se negó a dejar todo el poder en manos de su hijo. Constantino tuvo que hacerle frente para acceder de forma plena al liderazgo del Imperio. Aunque madre e hijo se convirtieron en líderes de facciones opuestas, Irene continuó ostentando el título de emperatriz. Incluso Constantino repudió a María y se casó con Teodote, dama de Irene.

    Como lo que mal anda, mal acaba, la tensión entre Constantino e Irene terminó por estallar. Una sublevación apoyada por esta acabó derrocando a Constantino, que por orden de su madre fue hecho prisionero y cegado junto a su tío y cuñado de Irene, Nicéforo.

    Cinco años después, Irene fue, a su vez, derrocada por otra sublevación y exiliada a la isla de Lesbos, donde moriría poco después.

    En cuanto al destino de Constantino, las crónicas divergen. Hay quien dice que murió a consecuencia de las heridas sufridas en la mutilación de sus ojos; otros, que se dedicó a una vida de retiro junto a Teodote; hubo incluso quien, en décadas posteriores, pretendió identificarse como Constantino VI redivivo y recuperar el trono.

    Curiosamente, por aquel tiempo el Emperador era Miguel II, casado con Eufrosine, hija de Constantino VI, que tendría que ver como un pretendiente ciego, que decía ser su propio padre, intentaba arrebatarle el trono.