domingo, 11 de julio de 2021

Ni te plus oculis meis amarem...

     Pocas historias de amor llegan a ser tan conmovedoras como la de Wilhelm Studemund y el Palimpsesto Ambrosiano. El primero deterioró su sentido de la vista de forma irreparable transcribiendo el segundo, descifrando los signos que se escondían debajo de la copia, del siglo VIII, de algunos libros del Antiguo Testamento. Ya se sabía, desde décadas anteriores, que bajo la palabras bíblicas el pergamino escondía las obras teatrales de Plauto. Una joya, en aquellos momentos, aún por delimitar desde el punto de vista filológico.

    El palimpsesto había sido descubierto en 1815 por el cardenal Angelo Mei, que había intentado descifrarlo. Él y otros tantos filólogos. Pero para que las obras de Plauto, copiadas allí originalmente en el siglo IV, salieran a la luz, era necesario un sacrificio supremo.

    Studemund, tras años de duro trabajo, terminó su labor poco antes de su muerte, en 1889. Había perdido la vista. A cambio, había dado al mundo las bases para el conocimiento de las comedias plautinas, todas menos las primeras (por orden alfabético) y la última, desprendidas del manuscrito como hojas arrancadas por el tiempo.

    Todavía hoy en día el Palimpsesto Ambrosiano constituye una de las fuentes principales para el conocimiento del autor latino. El pergamino, hoy ilegible, destruido por los ácidos y reactivos usados en el proceso de desciframiento, sobrevive en la Biblioteca Ambrosiana de Milán como un recuerdo del amor y la devoción que le profesó Studemund. Un amor tan grande que acabó con la vista de uno, con la integridad del otro.

    Studemund, ya ciego, describió sus sentimientos por el palimpsesto, a modo de eterno epitafio, con el verso de Catulo: "Ni te plus oculis meis amarem...". Si no te amara más que a mis ojos...