domingo, 14 de noviembre de 2021

Toc, toc

     Las ideas llamaban a la puerta. Lo hacían con insistencia. Golpeaban con fuerza. Se diría que se agolpaban al otro lado, empujándose unas a otras, luchando por ser las primeras en entrar en cuanto se abrieran las puertas.

    El poeta, tirado en su sillón, las escuchaba desde dentro, no sin cierta inquietud. Temía que, si se acercaba a la puerta y la abría de repente, las ideas entrarían en tropel y, probablemente, tropezarían y caerían sobre él, dañándolo. Por otro lado, mantenerlas eternamente a la espera no era una solución viable. Si las abandonaba, tal vez morirían de inanición, o desaparecerían, o la necesidad les llevaría a devorarse unas a otras en una orgía de canibalismo conceptual que podía tener consecuencias catastróficas. O, sencillamente, desistirían y dejarían de acudir, y de llamar a la puerta.

    El poeta, al fin y al cabo, tampoco quería eso. Así que decidió que había llegado la hora de dejar pasar a las ideas, aunque fuera en orden, poco a poco, si es que podía pedirles un poco de calma. Ya habría tiempo de ir tratándolas, una a una, e ir satisfaciendo sus necesidades.

    De modo que el poeta se incorporó, echó la mano al bolsillo y, en ese mismo instante, un sudor frío le recorrió de arriba a abajo.

    Había perdido la llave de la puerta que daba al mundo de las ideas.