lunes, 27 de junio de 2022

No me apuntes con el arma

      Llevaba un rato ya en la misma postura, con el brazo levantado, apuntándole a la cabeza. Es lo que tiene participar en un ajuste de cuentas y no ser el que manda, que a veces te dan órdenes un poco absurdas. "Apúntale, y que no se te escape", había dicho el jefe. Y luego se había largado a reventarle la cabeza a otro.

     Lo peor de los gánsteres subalternos es el tiempo. El tiempo de espera. Ya es mala cosa no poder rechistarle al jefe, claro, faltaría más, a nada que te quejes el que acaba criando malvas eres tú. Pero lo del tiempo es horrible. Mientras el jefe se juega la vida, tú no haces nada. Simplemente estás. Los jefes se matan entre ellos, y de su suerte depende la tuya. O eres un pringado, o estas con la banda dominante. Pero no depende de ti.

     Ese tiempo, esa espera, lo que hace el segundón, eso no aparece en las películas de Hollywood. Y eso hay que vivirlo para entenderlo.

     Así que ahí estaba yo. Llevaba ya un rato con el tipo aquel, un mindundi sin importancia, tan segundón como yo pero del bando contrario. Yo le apuntaba hasta que mi jefe decidiera cargarse al suyo, y entonces reparara en mí y me diera las órdenes que le vinieran en gana.

    El mindundi se quedaba quietecito, afortunadamente para mí. Pero no callaba. Blablabla y blablabla. Que si le perdonara, que si él no había hecho nada, que si éramos iguales, que tuviera compasión. Compasión, decía el muy cabrón. Como si yo pudiera elegir.

     Y seguía dándole a la sinhueso, y a mí se me estaban hinchando las narices.

     Hasta que dijo eso de "venga, no me apuntes con el arma". A mí me dolía ya el brazo de tenerlo levantado y de aguantar la puta arma; la cabeza, de aguantar la cháchara del mindundi; y el alma, de estar vivo. Así que ipso facto le metí un tiro en la frente, me di la vuelta y me largué. ¿No quería que dejara de apuntarle? Pues hala, ya no le estaba apuntando.

     Me largué a mi casa y me puse una copa. Ya me inventaría algo que decirle a mi jefe.

     Luego me enteré de que mi jefe había caído, y la banda contraria había tomado las represalias esperadas, empezando por cargarse a todos mis colegas, a todos los que habían quedado rondando por los alrededores.

     Joder, no me voy a quejar de cómo me salió la jugada. Para una vez que la suerte me sonríe...