Se trata de una pesadilla al más puro estilo L. Frank Baum o Lewis Carroll. O Jorge Luis Borges.
Tengo ante mí un camino de baldosas amarillas que se bifurca. Las baldosas se encuentran en mal estado, quebradas, irregulares. Se diría que el camino lleva ya largo tiempo sin ser transitado. Aun así, no puedo dejar de pensar que alguien lo puso ahí para que yo lo siguiera. ¿Quien lo construyó quería ayudarme, o controlar mis decisiones? ¿Cuál de las dos direcciones debo tomar?
No puedo dejar de pensar que tanto una dirección como la otra pretenden condicionar mi conducta. ¿Por qué he de seguir, necesariamente, una de las dos? ¿Acaso tengo más opciones?
Empiezo a pensar en ello. Podría detenerme y negarme a seguir; o volver atrás; o continuar por una tercera vía, campo a través, y forjarme mi propio destino.
Aunque ahora pienso que el creador del camino, el ideólogo de la bifurcación, ya sabía que habría quien se resistiría a sus propuestas. Probablemente estas opciones alternativas ya habían sido tenidas en cuenta y conveniente valoradas.
Todas mis elecciones, y, por lo tanto, todas mis decisiones, son fruto de la manipulación.