Empezamos a pensar que hay algo que está provocando el atasco. Tal vez un congrio, por su forma alargada, se haya introducido en la tubería y haya ascendido hasta nuestro grifo. Según esta intuición, el congrio se encontraría ahora encerrado en el grifo, atrapado, padeciendo.
No lo pienso más y arranco el grifo de la pared. Sale, entonces, el congrio, un congrio enorme y monstruoso que parece no tener fin, que se arrastra por el suelo y parece a punto de reventar.
Y lo hace, en efecto. En escasos segundos, como si hubiera estado esperando a sentirse libre para hacerlo, el congrio revienta y de su interior surge un grifo, un grifo más monstruoso aún, con cabeza de águila y cuerpo de león, que emite una especie de aullido ensordecedor.
El hecho de que saliera un congrio del grifo ya era raro; el hecho de que saliera un grifo del congrio nos sume en la estupefacción.
Ahora no tenemos agua y el grifo se está comiendo toda la comida del gato. Tendremos que llamar a los técnicos municipales y decirles eso, que no tenemos agua para el grifo. Tenemos claro, en cualquier caso, que no teníamos que haber vuelto de las vacaciones.