Claude Lorrain no es un pintor historicista, es un paisajista idealizante. Sus cuadros pueden representar a Cleopatra, a Apolo, a Psique, a Santa Úrsula o a Santa Marta. Lo mismo da. En realidad, sus cuadros son representaciones de un paisaje idealizado, una naturaleza o una civilización sobre la que se cierne, como un aviso, el crepúsculo.
La luz del atardecer lo tiñe todo a su alrededor.
Para Michel Houellebecq el crepúsculo significa la muerte. Muerte de cada uno de nosotros, muerte de una sociedad, de una civilización, de una forma de entender la vida y el mundo. Muerte de una forma de creer en la vida eterna. El atardecer es el símbolo definitivo, el recuerdo de que hubo un día que duró un tiempo y al que, inevitablemente, le ha llegado su hora.
Escribo esto de buena mañana. Acabamos de empezar. Queda, en la práctica, toda la jornada por delante. Vayamos donde vayamos, eso sí, nos espera el crepúsculo. Como a la Cleopatra de Lorrain. Como a Michel Houellebecq.