- ¿Dónde estoy?
- En el psiquiátrico.
- ¿Y por qué estoy aquí?
- Porque estás loco, obviamente.
- Yo no estoy loco.
- Sí que lo estás.
- En el psiquiátrico.
- ¿Y por qué estoy aquí?
- Porque estás loco, obviamente.
- Yo no estoy loco.
- Sí que lo estás.
Miré a mi alrededor. Una gran sala atestada de gente que gritaba, que lloraba, que daba vueltas, que se retorcía sobre sí misma, que miraba ensimismada a ninguna parte, catatónicos, psicópatas, esquizofrénicos, lobotomizados, violentos de reacciones impredecibles.
- Aquí todos están locos.
- Así es, en efecto. Todos estamos locos. Tú, también.
- Yo no.
- Eso es lo que dicen todos los locos. Pregúntale a cualquiera de ellos.
- Así es, en efecto. Todos estamos locos. Tú, también.
- Yo no.
- Eso es lo que dicen todos los locos. Pregúntale a cualquiera de ellos.
Me acerqué a uno de ellos.
- ¿Tú estás loco? -le pregunté.
- No -me contestó.
- ¿Y por qué estás aquí?
- Porque el mundo está lleno de locos. Aquí, por lo menos, me siento seguro.
Me senté en un diván y reflexioné un buen rato. Pensé en la gente de fuera. Y concluí que las palabras de aquel loco eran lo más lúcido que había oído en mucho tiempo.