domingo, 8 de octubre de 2023

Tengo prisa

     "Me voy, me voy, que tengo prisa", dijo mi amigo. Estaba un poco acelerado. Yo no. Yo iba paseando tranquilamente, respirando el aire fresco de la mañana, y me crucé con él. Hacía tiempo que no lo veía y, según se acercaba, pensaba en detenerlo y preguntarle qué tal le habían ido las cosas últimamente, si había alguna novedad. Incluso, llegado el caso, en parar un rato a tomar con él un café.

    Él, sin embargo, me saludó desde lejos, nada más, y pretendía pasar junto a mí sin detenerse. "Tengo prisa, tengo prisa", decía, como el conejo de Alicia.

    Y, como le sucedió a Alicia, la actitud del conejo, en este caso de mi amigo, despertó mi curiosidad. Y, dado que me encontraba ocioso, decidí seguirlo.

    Lo seguí calle arriba, giré a izquierda, a derecha, me metí por callejuelas, dando rienda suelta a mis capacidades como espía. Siempre lo mantuve a la vista, pero él no me detectaba. Siguió tomando calles, una tras otra, hasta que empecé a pensar que algo estaba fallando.

    Media hora después el juego ya comenzaba a cansarme, pero mi amigo seguía callejeando. Cuando me di cuenta, había pasado ya dos o tres veces por los mismos sitios.

    Me empecé a preguntar para qué tenía tanta prisa.

    Me detuve a tomar un café, yo solo, sumido en la decepción. Por lo menos el conejo de Alicia llegaba tarde a algún sitio, a su cita con la reina. Si no era puntual, probablemente, le cortarían la cabeza. Dudo que mi amigo se encontrase en tal tesitura.

    Media hora después, al café le había sucedido una tostada con aceite de oliva. Vi entonces de nuevo a mi amigo, que seguía caminando acelerado. Le volví a saludar y le hice un gesto para que viniera a desayunar conmigo.

    "Tengo prisa", me dijo. "Llego tarde", y se alejó sin mediar más palabra.

    "Que le corten la cabeza", pensé. "Ya me da igual".