El artista observó su obra. No era fácil, pues el espacio era angosto y no podía retirarse para tener la perspectiva adecuada. Tampoco había mucha luz, solo las brasas que quedaban de la tea que el chamán le había permitido introducir en el sanctasanctórum.
Aun así, se veía bonito. Un bisonte, indudablemente. Casi impresionaba verlo. Era tan parecido a los reales, a los que corrían por las praderas y a los que lo cazadores traían para las cenas...
De repente notó algo. El artista maldijo entre dientes. Un defecto en la pasta de arcilla, algún grumo quizás, había alterado el color del pelaje. No era uniforme, como el de los de verdad.
Ahora tendría que pintar otro. Afortunadamente, todavía quedaba pared en aquella zona tan profunda de la cueva. Al ser el único artista de la tribu, no tenía que luchar por el espacio de exposición. Pintaría otro bisonte, y otro, y otro, todos los que hiciera falta hasta dar con el bisonte perfecto, aquel que reprodujera con exactitud el modelo real. Solo entonces llamaría a los demás miembros para que lo observaran y dejaran, con sus manos, huella de su presencia como asistente a la exposición.
Tampoco el segundo bisonte estaba saliendo tan bien como podría. Habría que ir pensando en pintar otro...