Cuenta una leyenda urbana que un demonio disfrazado te llamará a casa y te ofrecerá algo. Una cosa aparentemente inofensiva; una especie de pequeño regalo de buena voluntad. Nada hará indicar que se trata de un demonio disfrazado. Puede ser una niña, un joven de aspecto inocente, alguien con pinta de ciudadano honrado.
No tomes lo que ofrece. Repito. No tomes lo que te ofrece.
Si lo haces, el demonio tendrá el poder de entrar en tu casa, en tu vida, y convertirla, nunca mejor dicho, en un infierno.
No paro de darle vueltas a esta historia desde hace unos días. Creo que deje entrar al demonio a mi casa. Creo que falle en alguna. Tal vez fue el cartero, o la niña de las galletas, o el de la televisión por cable, o aquel que me llamó por teléfono para que me cambiara de compañía, o el de la compañía de seguros. Todos ofreciéndome cosas. Y yo piqué en todas.
Probablemente tengo ahora la casa llena de demonios de todo tipo que juegan conmigo y que terminarán por volverme loco. A los repartidores de las compras online y a los del restaurante ya se les ha pagado, así que eso no cuenta, ¿verdad? Porque es que, si no, esto sería aún más ingobernable...
Se han ofrecido a ayudarme un médium y un exorcista. Dicen que no son estafadores, que lo hacen gratis. Seguro que también ellos son demonios disfrazados que quieren apuntarse a la fiesta.