Decidió, pues, que era momento de tranquilizarse, de respirar hondo y dejar de dar vueltas sin sentido. Miró su reloj. Tal vez lo mejor sería preguntar a alguien. Alzó la vista, pero allí no había nadie.
Si entonces hubiera mirado al cielo, habría visto aquel objeto descendiendo directamente hacia él. Pero, claro, cuando buscas a alguien, lo buscas a ras de suelo...
Así que el objeto le cayó encima y lo chafó como un matamoscas.
Nunca se supo de dónde procedía. Solo trascendió que era de aspecto metálico y forma cúbica. La víctima, en cualquier caso, no preguntó más, sobre todo porque quedó añadida a los registros como la primera víctima de muerte por precipitación.
Lo inquietante, en cualquier caso, es que no sería la última...