jueves, 15 de mayo de 2025

La mirada del asesino

    El asesino contempló a la víctima.

    Él no quería, pero le puso el arma en la frente.

    La víctima, entonces, comenzó a llorar. A suplicar. "Por favor, por favor, no lo hagas".

    El asesino hubiera llorado también. Hubiera llorado ríos de lágrimas junto a la víctima, como un solo ser. Pero no era posible.

    Él no quería, pero iba a hacerlo. Le parecía terrible, pero iba a hacerlo.

    La víctima cayó de rodillas, sin fuerzas. Bajó la cabeza y su llanto se convirtió en un gemido quedo y lastimoso. El arma descendió con ella, y apuntó al cráneo.

    El asesino se habría arrodillado también. Hubiera cogido a la víctima del cuello y, frente a frente, le habría dicho que lo sentía, que él no quería, pero que tenía que hacerlo.

    Tenía que hacerlo porque acabar con otras vidas se había convertido en un auténtico placer, en un vicio insaciable, en un subidón de adrenalina sin el que la vida no tenía sentido.

    Así que disparó. Él no quería, pero lo disfrutó al máximo.